miércoles, 2 de febrero de 2011

Celda 2, celda 4... ¿sólo son números?

La noticia que se viene vaticinando desde hace unos días es la siguiente: la celda de la cartuja de Valldemossa donde supuestamente vivió Chopin con la escritora George Sand y sus hijos entre diciembre de 1838 y febrero de 1839, no es la número 2 como se exponía al público desde hace ya varios años. Un juez ha dictaminado que las pruebas encontradas dan la razón a la propietaria de la celda número 2 al pedir que se dejase de dar falsa publicidad a la celda número 4, así como al supuesto piano que tocaba Chopin y todas las pertenencias que en esa estancia se encontraban y se suponían impregnadas de una porción de vida del pianista.
                                              
Vídeo de la noticia en RTVE 


Sin embargo, esa no es la cuestión. La noticia la podemos leer en cualquier medio (o así debería ser, al menos). Lo que me lleva a reflexionar sobre el tema es un artículo que he encontrado de Quim Monzó en La Vanguardia que me ha llamado la atención y del que destaco el párrafo final:  

“Restituir la autenticidad de los hechos es justo y lógico, en aras de la verdad y la historia. Pero, si sólo fuese por los turistas, no valdría la pena molestarse. Para la inmensa mayoría de ellos la autenticidad tiene escasa importancia, porque lo que les gusta es revolcarse en la mitomanía, y que sea aproximada les da igual. ¿Creen que los que visitan Florencia y contemplan el David de Miguel Ángel que hay en la Piazza della Signoria sin saber que es una copia se llevarían una decepción si lo supiesen? Hará cosa de diez años, me encontré, frente al edificio de Les Punxes, a unos turistas con mapa. Observaban alternativamente al mapa y al edificio y, señalando a este, para salir de dudas me preguntaron: “¿Gaudí?”. Para no defraudarlos les dije que sí. Es tan fácil hacerlos felices. Tengan por seguro que les importa un pito si la celda de Chopin fue la 4 o la 2.”
Pues bien, yo he estado de turismo en Mallorca, y sí, es lugar obligado la visita a la estancia de Chopin. ¿Cree, señor Monzó, que me da igual que el lugar que yo vi fascinada por hallarme donde años, muchos años antes, había estado uno de los más grandes pianistas del romanticismo al que admiro profundamente sea fruto de una burda copia para los estúpidos turistas crédulos e inocentes que digieren, sin pensar en ello, todo lo que allá por donde pasan les ofrecen? Yo creí que había pisado el mismo suelo por el que el gran Chopin paseaba en otro tiempo; ver sus partituras manuscritas por las mismas manos que -se decía-  tocaron el piano que allí se exhibía; respirar el aire de la estancia que un día se impregnaba de su fragancia…
No puedo ahora recordar el precioso lugar tan calculadamente ordenado sin que una punzada, tan fina como el trazo de sus manuscritos allí hallados en un escaparate pulcramente brillante, me devuelva a la disfrazada realidad de un rincón montañoso perdido por Mallorca.  
Puede que tenga algo de razón, en lo de que a muchos no les importa que se exhiban las copias en lugar de las obras reales; es más, hay muchos turistas que ni les preocupa la cultura o historia del lugar que visitan -como es el caso de España, turismo de sol y playa meramente- pero hay una minoría a los que sí nos importa, y esa minoría es la que se siente hoy ampliamente triste y decepcionada.

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